un nuevo nombre y un helado de limon
No era la primera vez que jugaba fut. Pero jamás había jugado con un uniforme que la protegiera tanto. Ese uniforme talla 10 es una armadura, aunque nadie pueda verlo. Es que trae con él, lazos invisibles que la enlazan con nosotros, los que le dimos un nuevo nombre. Trae atado a él una mamá que brinca y grita desde afuera de la cancha. Ese uniforme es una armadura. Es diferente a cualquier otro que haya usado, porque este tiene impreso el nombre por el cual nunca más llorará sola.
El mundo está habitado por una mayoría que nunca celebró un nuevo nombre y que casi seguro, nunca ha parado a considerar el valor y el peso que trae. Hay un contraste, un antes y depués, para quien ha vivido sin este sello de gracia sobre su vida. Hay un profundo pesar cuando nuestro nombre es pronunciado por personas que no pueden prometer jamás dejarnos. En un orfanato, un nombre no une a nada permanente y en vez de ser un colchón sobre el cual poder encontrar calidez y descanso, es un lago profundo, oscuro y frío, lleno de preguntas.
Nuestro nombre es una declaración de que le pertenecemos a alguien, que hay una historia más grande a la cual se nos ha unido y es una respuesta descomunal a la necesidad más básica del hombre: pertenecer. Cuando un padre y una madre nombran a un hijo, extienden su sombrilla protectora incondicional sobre él. El acto de reconocer con nuestro nombre a alguien más, nos une para siempre.
Y perdieron el partido. Pero su corazón no se partió. Y nos fuimos por un helado de limón.
Hay algo irrompible en un niño que llega a puerto seguro. Nace una esperanza que empieza a dar brotes. Tener un nuevo nombre bajo el cual se puede descasar, produce algo curiosamente maravilloso… luchamos más duro porque existe la garantía de que el amor está disponible al otro lado sin importar nada y nos hace más dóciles porque ya no luchamos por obtener un lugar. Tenemos un lugar, una familia, un amor. Somos de alguien. El nombre no es un trofeo que se gana. Es un honor otorgado por gracia, es el sonido que nos dice: «te amo sin que hayas hecho nada». Ese es el amor que echa fuera el temor. Ese es el único amor que persigue sin cansarse, que “no nos cambia para amarnos, sino que porque ya nos ama, nos cambia.”
El día que me vistió con la justicia por la cual no sudé, ni sangré, con la justicia de Cristo, ese día comencé a jugar con todo mi corazón. Su nombre sobre mí me dio fuerzas para querer honrarlo y su sonrisa y aplauso incondicional, me liberó de querer ganar y si gano, es por Él. Eso de probarme en la cancha ya no importa porque mi ganancia es Él. Es irnos juntos al final, a comer un helado de limón, porque soy suya y nada lo cambiará.
“Pero ahora, así dice el Señor, el que te creó, Jacob, el que te formó, Israel: «No temas, que yo te he redimido; te he llamado por tu nombre; tú eres mío.” Isaías 43:1
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