Corazón a papel

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Perdedores con medalla

Foto por Prensa Libre

Por Aixa de López

 

Barrondo decidió entrenar. Lo hizo. Gastó tiempo, esfuerzo, dinero y la suela de sus zapatos, y llegó a las olimpiadas. Barrondo compitió y llegó en segundo, y por primera vez en la historia de Guatemala… mirábamos la tele y todos gritamos ¡GANAMOS UNA MEDALLA! Así, en plural: ganaMOS.

Ese deportista no iba a nombre propio, iba con su bandera (y con todos los chapines) encima, y cuando subió al podio, cantaron nuestro himno. Él nos representó y por él ganamos. Todos tenemos una medalla de plata. Es «nuestra».

Como Barrondo, un hombre nos representó (¡a la humanidad entera!) en aquel jardín perfecto, pero perdimos. Con su resbalón nos quebramos todos. El universo entero se desorbitó cuando Adán y Eva dudaron del Amor y planes perfectos de Dios y creyeron la mentira del diablo: «pueden ser como Dios»; desde allí, nacemos enfermos de delirio de grandeza, de soberbia y fiebre de gloria… creemos que doblegarnos ante el Creador es opcional. Creemos que existe alternativa y que podemos escoger añadir a Dios a nuestro modo… creemos que tenemos la capacidad de inventar nuestras propias reglas y decidir independientes. Violamos el diseño amoroso, perfecto y divino… eso en esencia es el pecado, y por «default» es eso lo que nos gobierna.

Pero Dios.

A pesar de haberle roto el corazón, y de tener que cumplir con lo que ofreció, prometió que nos rescataría de nosotros mismos y no nos sacó del jardín desnudos, nos cubrió con vestidos de piel de animal, hechos por Él mismo… diciendo a gritos con eso, que más adelante, el Segundo Adán, Su propio Hijo, volvería a competir esa misma competencia, pero con un grado de dificultad sin paralelo. Se trataría de Él mismo poniendo un traje de carne y huesos. Él sería el cordero sacrificado para cubrir nuestra malvada estupidez… ese Segundo Adán pasaría la prueba al creer completa y perfectamente en Su Padre. Sin dudar de su amor, sin recurrir a un plan propio para ganar satisfacción momentánea. Corrió Obediente hasta la muerte, y cuando ganó El Oro, los que reconocimos nuestra incapacidad y lloramos… recibimos la invitación de subir al podio y ser condecorados con El Oro, cuando merecíamos un paredón para ser aniquilados.

Por su llaga fuimos sanados de la soberbia, ganamos lo que no podíamos producir.

Somos rebeldes redimidos.

“Por tanto, así como una sola transgresión causó la condenación de todos, también un solo acto de justicia produjo la justificación que da vida a todos. Porque así como por la desobediencia de uno solo muchos fueron constituidos pecadores, también por la obediencia de uno solo muchos serán constituidos justos.”

‭‭Romanos‬ ‭5:18-19‬ ‭NVI‬

Firma Aixa de López

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