Montaña Rusa 9: visitas
Por Aixa de López
Ser turista es bonito pero ser visita es superior. Hemos pasado a la sala, al comedor, a la cocina. Familia partiendo el pan y de visita en casa de gente que Dios amaba antes que supiéramos que existían. Imago Dei.
Esto ha marcado el viaje, ver a los ojos y conversar con gente que yo solo veía en la tele o en las redes, a través de un lente angosto.
Verlos frente a frente.
Creyentes perseguidos, judíos con heridas de persecución en el alma, soldados y ex-soldados, mamás… ciudadanos de Israel que nos abrieron –literalmente– su casa.
Estar hace un día en la frontera con Siria y escuchar las bombas caer del otro lado es algo que no se olvida. Lo que pasa es que no fuimos hechos para acostumbrarnos al terror, y sin embargo… también escuchamos a un joven creyente palestino que dice no recordar un solo día en paz. Oírlo es otro tipo de bomba que tampoco se olvida.
El hospital que visitamos ayer, contrasta completamente con las ruinas del día anterior.
Allí admiten a los sirios que logren cruzar la frontera en busca de atención médica. Como la abuela que llegó con dos de sus nietos. Unos primitos de 8 y 6 años. (Cabe decir que aquí se llega a oscuras, a pie o en burro y en silencio aunque el dolor exija gritos). No me imagino la odisea que habrá pasado esa abuela.
Vimos fotos de varios pacientes en recuperación, entre ellos los primos. Ambos perdieron extremidades y recibieron prótesis. No distinguí si sonreían porque sus caras fueron escondidas. Pero vi la sonrisa de Dios. En medio del terror se ve.
Entramos a una habitación y había cuatro camas en fila. Cada una contiene un mundo entero. Un mundo roto. Uno que Dios mismo conoce y ama.
El trabajador social tradujo y nos pudimos entender… aunque aún si él no hubiera estado, sus expresiones y su piel hablaban solos.
Dos civiles y dos militantes. Dos con piel blanca y dos con las marcas de la guerra… los cuarto heridos del cuerpo y necesitando al mismo Salvador. Marcas de mucho sol, mucha pólvora y mucho tratar de aferrarse a una esperanza que no esta donde ellos esperan.
Literalmente percudidos. El guía me dijo que toma tiempo, que la piel se debe regenerar. Parecían sucios, pero están literalmente percudidos. Desearía tener una foto… pero a veces es un regalo eso de “prohibido”, sea en la mesa del Shabbat o la sala de hospital, porque entonces se hace el esfuerzo de capturar el recuerdo con la mente y el corazón y esa queda mejor definida.
Más visita y menos turista. Más amor y menos espectador.
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