María Mercedes
Por Aixa de López
Pero ahora, así dice el Señor, el que te creó, Jacob, el que te formó, Israel: «No temas, que yo te he redimido; te he llamado por tu nombre; tú eres mío». -Isaías 43:1

Quiero que el mundo sepa tu nombre. Porque eres real. El hecho de que no pudiéramos llevarte a tu cuna para arroparte, no quiere decir que no llegaras a casa y que estés perfectamente arrullada en los brazos hermosos que te hicieron.
Nos alistamos para tu llegada. Yo empaqué un suetercito de crochet amarillo y le puse una tarjeta con tus iniciales. Tu mamá escogió tu nombre… pero sé que el cielo lo sabía desde antes, porque ninguno nace sin recibir el regalo del aliento que solo Dios provee. ¿Quién diría que el colosal e incomparable Dios del universo usa Sus propios dedos para formar los ventrículos de cada corazón que hace latir para añorarlo? Solo Él genera vida. No podías venir de otro lado. Por eso sé que Él sabe tu nombre y lo pronuncia con ternura, porque siempre te ha amado.
Y recibí un mensaje. Llegaste, pero no como pensábamos.
Hay llantos que uno espera con ansias y alegría. Llantos de recién nacido. Pero no sonaron. Viniste en silencio porque ya te habías ido. Viniste en silencio porque lo que tenías que decir, lo dijiste sin palabras. Y quiero que te oigan. Me subí al carro sin el paquete con tus iniciales y con el corazón tan roto que se me salían muchas preguntas. En el camino, le pedí al Señor que me concediera lágrimas. He llegado a preferirlas, más que los discursos o las razones… apuesto a que Job se sintió más consolado y amado mientras sus amigos callaron y lloraron, que cuando abrieron la boca… ¡y ni hablar de la esposa! Cuando Dios decide cambiar los planes de alguien que amo, y me duele… lloro con Él. Él sabe que soy de barro y que es difícil caminar en este mundo roto. No me escondo… y antes de llegar donde está la persona que está sufriendo, le pido primero poder unirme a ellos llorando… ¿Dame lágrimas? ¿Ayúdame a llorar?… Sí, porque nos hacemos amigos en la risa, pero nos hacemos familia en las lágrimas. Las raíces de un árbol que llega a ser frondoso y fuerte solo crecen más profundas bajo la lluvia. Abrí la puerta de ese cuarto de hospital y miré a tu mamá a los ojos. Unos ojos demasiado agotados por quererte ver y demasiado tristes porque debían fijarse bien en tu belleza perfecta, una sola vez. Párpados que querían dejar de tratar. El vientre que te había sostenido, vacío. Esos pechos que te llamaban con su calostro. Dos o tres amigas más. Dos o tres ramas de tu árbol genealógico… nos veíamos rotas. Unidas al tronco, pero como se ve un árbol después de una tormenta.
Me permití abrazarla y, juntas, lloramos más y mejor. Porque cada una había llorado afuera del abrazo. Llorar mientras se nos abraza tiene la potencia de mil poemas declamados. Y Dios está en medio, contando las lágrimas. Lloramos porque amarte sería diferente ahora… te fuiste, pero no podemos dejar de amarte. Ahora, sería cuestión de decir tu nombre y dejarte ir; y pensarte y esperar el día de volverte a ver. Celebrar el día que naciste… no con piñata ni pastel; sino con oraciones y silencios, y, con el tiempo, con lágrimas de gratitud, porque fuiste como un cincel usado por Dios para darle otra forma a nuestro corazón. Un corazón menos enraizado en lo que los ojos ven y más enamorado de lo eterno. María Mercedes, el mundo necesita decir tu nombre, porque existes desde que Dios te planeó en Su propio corazón. Tenía escritos tus días en Su libro antes de que pasara uno solo (Salmo 139), y tu vida tuvo valor desde el día de tu concepción. Nunca tuviste valor por lo que lograrías, sino porque Él te formó y porque eras de una mamá y una hermana grande, una abuelita y muchas tías… nuestra. Tu mamá te amó y aún lo hace, porque las familias humanas fueron diseñadas para contar una historia más maravillosa y grande: el amor verdadero no llega por mérito. Llega antes de que lo merezcamos y se queda después de confirmar que seguimos sin merecerlo. El amor que te tenemos cuenta de un amor de cruz, que se entregó cuando éramos incapaces de ganarlo. No diste el primer paso. No corriste ni ganaste una medalla. No oímos tu primera palabra ni aprendiste otro idioma. Y tenías nombre y un lugar asegurado. Y los sábados aún son días difíciles para tu mamá… ese fue el día que Dios escogió para que nos dijéramos «hola» y «hasta pronto». Y un día después, ese árbol golpeado por la tormenta se dio cita en el cementerio. Y volví a mirar a tu mamá a los ojos. Y le dije que Narnia es verdad. Que Aslan se entregó y rompió la piedra en dos, por días como ese. Que ya iba a amanecer. Que este no es el final. Que era nuestro día de llorar y esperar. Que no era tiempo de analizar ni entender. Era tiempo de confiar. Porque nos ama.
Necesito escribir tu nombre y que sea pronunciado, María Mercedes, porque existes. En medio de un holocausto moderno, que se lleva a cabo en clínicas finas y también en callejones oscuros, y detrás de sonrisas filtradas en las redes sociales, hay dolores e historias de vergüenza que quieren ignorar el valor de los miles que no gozaron de oír su nombre. Mamás que negaron no solo su maternidad, sino al Autor de cada vida y cada vientre que la porta. Detrás de muchas fotos filtradas y publicaciones editadas, hay muchachos que no supieron ser padres, porque no comprenden lo que es ser un hombre verdadero. Eternos niños que hacen lo que sienten, no lo que deben; llevados por los aires de sus emociones; varones sin valor; niños que crecieron en talla de zapatos, pero sin la fuerza de espíritu para caminar en rectitud e ir en pos de un amor sacrificial por el bien de alguien más. Hombres sin hombría, hombres sin Cristo. Tu breve vida terrenal y tu alma inmortal son una bandera que declara a un Dios temible y poderoso, que se ocupa de diseñar amaneceres y moldear barro con ternura para crear vida en los vientres, todos los días. Tu estancia efímera entre nosotros no te hace invisible. Que no hayas alcanzado una mayor estatura no encoge a Dios. No existen fosas comunes en el cielo. No existen tumbas ni personas vivas anotados en una lista como números de expediente. Allá, todos los que llegan son conocidos, abrazados y llamados por su nombre. El tuyo debe ser dicho y cantado, en honor de todos aquellos pequeños que fueron despedidos sin ese regalo. De alguna manera, pensamos que, si no los nombramos, ellos no son personas y desaparecen… pero Dios conoce a cada uno. Por nombre. Lo veremos a los ojos algún día. Tu mamá llegará a la meta y verá a Jesús, con esos ojos cansados de llorar y los párpados que se quieren rendir. Pero, en cuanto llegue, las dudas saldrán huyendo porque ella verá que, desde donde Él está, esto debía ser exactamente así. Y lo amará más y cantará de gratitud. Los brazos de tu mamá serán llenos otra vez. Y, juntas, serán dichosas, no por estar juntas, sino por estar por fin en el lugar perfecto: ambas arrulladas por ese par de brazos hermosos que las hicieron.
Este escrito fue originalmente publicado en el libro Lágrimas Valientes (Lifeway 2017)
Gracias Pastora Aída porque de Los viene ese don que tiene a través de un lápiz o lapicero o Gálvez un teclado para bordar y entretejar lo más doloroso en un dulce mensaje que toca mi corazón y me acerca a conocer más de Dios… usted es un vaso fino en las manos del Padre que trae agua fresca para compartir a los que necesitamos escuchar la voz del Padre. ¡Mil gracias!
Lo siento el corrector del teléfono me cambia su nombre Pastora. Perdón.
Woww!! Me hizo llorar gracias Pastora por dejarse usar por Dios. me enseñó tantoo!
Hermosa manera de narrar dolor, amor y esperanza .
Dios te bendiga y siga iluminando esa pluma y papel, que por tu medio Dios todopoderoso utilizó para descifrar uno de los misterios de su creación y propósitos. Creemos en su palabra, sus promesas y amor eterno y creemos que Dios te usa de manera hermosa y sutil para enviar su dulce y consolador mensaje de amor.
Amen!!! Gloria al Señor 🙌🏻
Yo también tengo un/una pequeñ@ que me espera en el cielo… algún día le conoceré y estaremos junt@s a nuestro amado Salvador… gracias por escribir