Corazón a papel

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Manchas de chocolate

Por Aixa de López

Para Don Julio y Alex.

 

foto por mi. Pedazos de perfección, eso son las chispas de chocolate.

foto por mi. Pedazos de perfección, eso son las chispas de chocolate.

Odio las manchas de chocolate. Sobre todo en ropa blanca. Son una pesadilla. No salen. Es como si se volvieran parte de la fibra de la tela y se aferraran porque su misión fuera cambiarle el color.

Pero.

Amo el chocolate. Del oscuro. Suficientemente dulce y perfectamente amargo. Se derrite en el paladar sin ayuda y se desliza hasta la panza con júbilo chocolatoso como mis hijos en los toboganes del parque de agua. Es uno de los gustos más simples y grandes de mi vida.

El inconveniente y la molestia que el chocolate oscuro tiene el potencial de causarme, no es suficiente para que lo deje de comer. Sus beneficios sobrepasan sus maleficios (incluído el hecho cruel y curioso de aterrizar en forma de lonja… qué cosa). Las manchas son un precio bajo a pagar por el sabor que no puedo sustituir con nada.

El amor se parece al chocolate. Es maravilloso y produce un desastre… –y antes de que cualquiera se me vaya por las ramas y empiece a pensar en el amor barato de telenovela y quiera usar cualquiera de estas líneas para excusar o elevar una relación plástica, quiero explicar que esta publicación empezó en forma de historia hablada, en el funeral de una mujer que amé como a una madre-.

Tengo mamá. Siempre la he tenido. Ella es mi mamá-mamá, la que me pujó hasta este mundo. Y sin embargo, Dios, siendo el que da con medida remecida, apretada y rebosante, me ha hecho la hija honoraria varias otras mamás. Y mi mamá ha sido generosa en darme en préstamo y permitir que mi corazón se abra para amarlas. He sido rodeada con figuras maternas fuertes, sabias, excepcionales y simplemente con las que puedo llorar de tristeza o de la risa. Mi vida está llena de historias de lazos que Dios enredó para hacernos conocerlo mejor a Él, al caminar juntas.

Está en nuestro “programa” necesitarnos y amarnos para revelar otro poco del carácter de Dios. Cuando somos parte del cuerpo de Cristo, surge una ventaja inesperada, que es una familia extendida. Se siente como tener muchos pares de tíos y abuelitos, y hermanos y primos, y  la vida se pone más alegre, más entretenida, mucho más interesante y también… complicada.

Lo complicado no es por las partes obvias de roces por el trato. Sino, complicada, porque adoptarnos y amarnos entrañablemente supone un reto: el dolor de soltarnos eventualmente.

Amar sin condición es la manera de amar de Dios. Amar es estar disponible siempre. Y compartir todo. Esa gente que está en tus memorias de alegría profunda (como cuando la prueba de embarazo dice positivo) y angustia aterrorizante (como cuando el diagnóstico médico anuncia malas nuevas), se vuelve inevitablemente, parte de tu corazón. Y eso es bueno… pero lo malo de lo bueno, es que si es parte de tu corazón, y luego esa parte se va, el corazón te va a doler. Y no nos gusta el dolor.

Que gran dilema. Fuimos hechos para amar y es lo que nuestra alma anhela, pero si nos arriesgamos y amamos, luego viene el dolor de perder… ¿qué clase de Dios hace este relajo?

Un Dios bueno que nos adoptó y nos ha diseñado para adoptarnos unos a otros, para enseñarnos lecciones acerca de Él, que no aprenderíamos de otra manera.

Fue recién en enero que tuvimos que decirle hasta pronto a Ileana. Que gran problema para mi corazón. Que gran mancha de chocolate… y que lección más grande.

Dios me hizo saborear en mi relación con ella, la belleza de una mujer que sabía quién era en Cristo y jamás se disculpó por ello, la seguridad de los pasos que se dan cuando se vive sinceramente y se habla la verdad, oportunamente y en amor, el valor de un hogar bien atendido, la satisfacción de un trabajo bien hecho y el gozo de un corazón perdonador. Una vida corta y espléndida. Suficientemente dulce y perfectamente amargo. Como mi chocolate.

Y al decidir dejarme adoptar y adoptar otras mamás, me estoy sometiendo voluntariamente al dolor de la pérdida más de una vez. Estoy eligiendo manchar mi ropa blanca con tremendas manchas de chocolate que ningún detergente va a poder quitar. Y estoy decidida. Porque he medido y he saboreado que los beneficios del amor y las lecciones que llevo en mi alma, sobrepasan los del dolor momentáneo de la pausa que se llama muerte, y que la vida en abundancia que Dios me prometió incluye valles de sombra y pérdida por los cuales no veo ni siento, pero sé, que Él es suficiente.

Irse de este mundo con la ropa limpia como en esos anuncios de detergente argentino no es vida. Vivir una vida segura y precavida, sin manchas de chocolate, no tiene chiste, ni profundidad, ni lecciones, ni gozo inexplicable en un Dios que no se va.

Amar no es arriesgado, sino sacrificado, porque como dice John Piper, riesgo es tener la probabilidad de que puede ir bien o mal, sacrificio es saber de antemano que nos va a doler y hacerlo de todas maneras.

¡Adoptémonos! amemos sin medir el precio de soltarnos, enorgullezcámonos de cada mancha y marchemos seguros con el sabor suficientemente dulce y perfectamente amargo, de una vida en la que la mayor ganancia se obtiene de saber que vivamos o muramos, Él es suficiente, para todos y para siempre, y que al final, quienes insistimos en confiar en ese Padre, nos encontraremos en la meta, para vivir juntos, sin temor a la muerte, al dolor o a las manchas…

¡Que viva el chocolate!

 

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Firma Aixa de López

3 respuestas a “Manchas de chocolate”

  1. Ligia de Saravia dice:

    Mi querida Aixa, que hermosura de articulo, muchas gracias por permitirme compartir mi vida contigo y por estar con nosotros cuando màs te hemos necesitado.
    TE quiero muchísimo, bendiciones para tu vida siempre

  2. mariajose de vasquez dice:

    Precioso tu mensaje!!! Me inspirás y me das ánimo! Gracias a Dios por tu vida y tus talentos!

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