Corazón a papel

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El silencio no siempre es paz

Como cuando un par de niños salen de vista y no se oyen. O cuando un perro faldero se va sin que lo echen. Cuando adoptan un bebé, llega a casa y no llora. Nunca. Una esposa sonríe y sigue con la rutina. Un empleado hace lo que toca sin chistar, pero tampoco con sonrisa.

Esos silencios no son buenos.

El par de niños están incendiando algo. El perro se hizo en la alfombra y se auto-condena. El bebé fue ignorado en la casa cuna donde lo cuidaron antes y aprendió que su llanto no vale nada, para nadie.  La esposa se ha tragado el llanto para evitar llegar al mismo callejón sin salida. El empleado ha dejado de dar ideas porque si algo sale mal le echan toda la culpa.

No todos los silencios son sinónimos de paz. Algunos silencios son gritos de desesperación. Cuando se apaga la voz de alguien, ha llegado a auto-mutilar su más valioso bien. Ha llegado a cercenar parte de su alma para poder sobrevivir, porque quienes debían escuchar no quisieron, y porque los que debían hacer eco lo castigaron.

Un bebé que rutinariamente es dejado a llorar a solas, es enseñado a abandonar la esperanza de ser escuchado y aprende a desconfiar de quienes debería venir su socorro. Aprende que da lo mismo llorar o no, y que el defectuoso debe ser él. Un bebé que se calla por estos motivos, no ha dejado de tener las necesidades que tenía, sólo ha dejado de expresarlas. Ese silencio no es paz. Es una angustia secreta. Las angustias secretas son mil veces más angustia que las angustias compartidas.

Una persona que deja de tener el derecho de hablar lo que siente, por temor, es un muerto en vida, y quien comparte la vida con ella, puede estar viendo solamente un espejismo, una sombra de lo que algún día fue.

El silencio no siempre es paz. El silencio puede ser una derrota interna tan severa, que se extiende hasta la lengua.

Las mejores relaciones se permiten discutir, porque no se trata de ganar. Las relaciones saludables (de lo que sea: esposos, hermanos, colegas, etc.) saben estar en desacuerdo porque su amor y respeto no dependen de “jamás pelear”, no pretenden ser idénticos ni perfectos. No se asustan de las diferencias, las abrazan, aún si es con esos abrazos de lado que se dan por cortesía.

Sin mucho temor a equivocarme digo, que quienes quieren callar desesperadamente la opinión diferente a la de ellos, o las voces que señalan sus debilidades, viven con mucha angustia de “ser descubiertos”. Querer el silencio de otro es querer mantener bajo control lo que nos da miedo. Las voces de otros pueden señalar el camino hacia nuestra libertad, aunque nos duela, y escuchar aún lo que nos causa pena, de labios sinceros, puede que sea de Dios, para liberarnos.

Lo conveniente del silencio no siempre produce descanso y vida. Si hay demasiado silencio a nuestro alrededor porque todos prefieren no interrumpir nuestra paz imaginaria, puede que estemos produciendo angustias secretas.

Que un bebé llore y se calle al ver a su mamá no lo hace un mañoso, lo hace inteligente y capaz de reconocer su socorro. Que un niño haga preguntas no lo hace fastidioso, lo hace sediento de querer un liderazgo correcto. Un empleado que entra a la oficina del jefe con una lista de observaciones, preguntas y sugerencias lo hace un hombre íntegro y con empuje. Que una esposa pueda hablar con franqueza no la hace insumisa, la hace una mujer pensante y de sustancia, que no subestima al hombre que escogió.

Si nuestro bebé llora, nuestros hijos nos cuestionan, nuestros colegas nos confrontan y nuestros cónyuges lloran con nosotros, bravo.

Hay silencios buenos y silencios devastadores. Sepamos celebrar la diferencia.

«Dios escucha a los suyos y los libra de su angustia.» Salmos 34:17

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Firma Aixa de López

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