Cruces de peluche
Me enteré que la manera en que un músculo crece es rompiéndolo. Eso pasa en el ejercicio bien hecho. La fibra se estira al punto de cambiar. Y todo me habla de Él. Me rompe para hacerme fuerte. Vez tras vez.
Y somos un montón de locos si queremos ser hechos fuertes sin querer ser rotos y en querer conocer a Jesús sin pasar por dolor. Queremos un super héroe que no nos pida nada y que nos saque de lo que nos incomoda, dejándonos idénticos. Pero Él nos tiene demasiada misericordia como para dejarnos salirnos con la nuestra y lo que usa para quebrarnos y fortalecernos, es una cruz.
Hecha a la medida. Con amor y con dedicatoria. Una cruz.
Le tenemos miedo a tomar nuestra cruz y a que nuestros niños tomen la suya, porque no vemos la incomparable ganancia. Solo vemos cuánto va a doler, cuánto va a costar y cuánto vamos a sufrir e ignoramos que nos vamos a parar pareciendo al Cristo que decimos amar. Le tenemos miedo a la cruz y por eso lo más popular en Latinoamérica (y el mundo) es una enseñanza adecuada a los ojos naturales que no han sido iluminados, que no exige morir, porque vemos a la cruz unicamente como un instrumento de tortura… es decir, la vemos como el mundo la ve. Nos aterra un Dios que no se parezca nada a los papás de ahora, que prefieren no atravesar a los niños por ninguna incomodidad ni consecuencia, sin trechos de aburrimiento o desesperación. El mundo quiere criar a sus niños en burbujas de cristal rosadas, y la iglesia quiere criar a sus niños dándoles cruces de peluche. Pero de ninguna de las dos formas se moldean discípulos, sino clientes.
Yo permito y hasta planeo, momentos dolorosos para salvar a mis hijos de ellos mismos, y si yo, siendo mala, sé dar eso… ¡Cuánto más el Padre celestial!
Y es una fortuna que Dios no sea una versión gigante de nosotros mismos. Dios sabe mas y piensa absolutamente diferente.
El día que el universo cambió de rumbo y se rompió la eternidad en dos, el Gólgota exhibío varias cruces, y el mundo no supo distinguir la que siendo diseñada para matar, traía vida. El diablo pensó que si mataba al Hijo, ganaba. Pero jamás alcanzó a pensar que lo haría indestructible y que haría posible lo mismo para los que creyéramos. No supo ver porque a menos que Dios mande luz, lo que vemos es lo que el mundo ve: tortura, dolor, pérdida.
Cuando el Señor escoge una enfermedad, una muerte, un silencio… el mundo ve fracaso, pero si lo hemos empezado a conocer, sabemos interpretarlo diferente…»Esto debe ser bueno. Tiene que ser bueno. Él me da lo necesario. Él me ama y está a cargo. Al final va a tener sentido, cuando lo vea cara a cara, voy a saber que esto es necesario. Ya viene el día cuando Él secará mis lágrimas. Esto habrá valido la pena… nada se compara a Cristo…»
Y soportamos mientras adoramos… nos duele y lloramos pero no nos devasta. Nos acerca, nos endulza y nos hace añorar la casa.
Dios nos llama a la cruz, y nos entrega una con nuestro nombre, porque nos ama. Sólo los que conocen el final feliz de conocer a Cristo, la ven como instrumento de refinamiento y santificación, de vida y paz, de eternidad y raíces en la Nueva Tierra. Sin cruz, somos todo menos cristianos.
«Como les he dicho a menudo, y ahora lo repito hasta con lágrimas, muchos se comportan como enemigos de la cruz de Cristo. Su destino es la destrucción, adoran al dios de sus propios deseos y se enorgullecen de lo que es su vergüenza. Sólo piensan en lo terrenal. En cambio, nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde anhelamos recibir al Salvador, el Señor Jesucristo.»
Filipenses 3:18-20
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